Willy Ronis,Rue Muller, 1934
¡Ah! ¡Qué efecto produce una pequeña luna! Días en los que todo es claro a nuestro alrededor, claro apenas diseñado en el aire luminoso, y sin embargo distinto. Los objetos más cercanos tienen ya tonalidades lejanas, están remotos, exhibidos solamente de lejos, no entregados; y todo lo que está en relación con la lejanía —el río, los puentes, las largas calles y las plazas que se esfuman— ha tomado esta lejanía detrás de sí, y está pintado sobre ella, como sobre un tejido de seda. No es posible decir lo que puede ser entonces un coche de un verde luminoso, sobre el Pont-Neuf, o un cierto rojo imposible de retener, o sencillamente un cartel, sobre el muro medianero de un grupo de casas gris perla. Todo está simplificado, traído a algunos planos precisos y claros, como el rostro en un retrato de Manet. Y nada es insignificante y superfluo, los libreros del viejo "quai" abren sus puertas, y el amarillo fresco o fatigado de los libros, el pardo violado de las encuadernaciones, el verde más intenso de un álbum, todo concuerda, cuenta, toma parte y concurre a una plenitud perfecta.
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