MEMORIA
























He hecho algo contra el miedo.
He permanecido sentado
durante toda la noche,
y he escrito.

-R. M. Rilke-

Van Gogh

Vincent Van Gogh
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lunes, 19 de noviembre de 2012

JOHN KEATS, ODA A UN RUISEÑOR






JOHN KEATS, ODA A UN RUISEÑOR 






La dríade, Evelyn De Morgan


























Gime mi corazón, y un torpor somnoliento

aqueja mis sentidos… como si hubiera bebido cicuta

o apurado un espeso opiáceo con el que Leteo

astutamente me hubiera adormecido.

Nunca envidié tu suerte ni tu beldad,

pero me contagio de tu alegría cuando

cual dríada de árboles y ríos

en un rincón melodioso de verdes hayas,

eternamente umbrío

con tu clara garganta cantaste tú al estío.

Oh, deja que me embriague con el vino

que sale de la tierra profunda…

ése que a Flora sabe y huele a danza,

a canción provenzal y a alegría fecunda.

Deja que beba un sorbo de la vida

con bullir de burbujas que yo tanto venero

y ese licor rosado y verdadero

muestre al mundo mi boca de púrpura teñida.

Beber y, sin ser visto, abandonar el mundo…

y perderme contigo en el fondo del bosque.

Perderme en lo insondable y olvidar

lo que sólo se atisba en lo profundo.

Esa fatiga, esa destemplanza,

donde los hombres escuchan sus gemidos.

Ese temblor de unas postreras canas,

cuando la juventud se ha escabullido.

Y llega la tristeza cotidiana

y la desesperanza gana la partida.

La belleza se esconde avergonzada

y el nuevo amor perece sin mañana.

Mejor perderme lejos, volar a ti enlazado,

olvidarme de Baco aunque éste venga,

suspendernos en alas de la poesía,

aunque la mente vacile y se detenga.

Contigo estoy, la noche ya ha llegado.

Tal vez entronizada esté la reina luna,

teniendo alrededor un enjambre de hadas;

pero aquí no hay más luz

que la que exhala el cielo con fortuna,

por senderos cubiertos de ramas encorvadas.

Yo no veo qué flores me rodean

ni si el incienso asciende por las ramas,

pero sí que presiento, desde aquí,

que la estación hace crecer la hierba,

los árboles silvestres, la retama,

pastoril eglantina y blanco espino,

violetas efímeras y humildes

que el generoso mayo nos regala.

Y la rosa almizcleña hace morada

para inquietos insectos en la tarde.

Escucho entre las sombras y con frecuencia he estado

enamorado a medias de la suave muerte.

La he nombrado mil veces en versos susurrados

para que fuera al aire mi aliento casi inerte.

Más que nunca en mi vida morir parece dulce,

agotarme sin pena a media noche

mientras el alma vuela por el éter en la visión extática del orbe.

Seguiría tu canto y no te oiría,

pues tus notas son fúnebres y frías.

Soy ave y no nací para la muerte,

ni por calmar el hambre de gusanos.

Pero la voz que oigo en este otoño

la oyeron ya reyes y cortesanos.

Tal vez el canto este sea el mismo

que hizo llorar a Ruth, evocadora,

mientras lanzaba al viento su añoranza.

El mismo canto que reza la leyenda,

entre espuma de olas su esperanza,

y en el mar del olvido disipa la nostalgia.

¡Olvido! Esa palabra, cual campana,

de ti me aleja hacia mi soledad.

¡Adiós! Tu ficción no me engaña,

no mortificas mi alma con tu falsedad.

¡Adiós por siempre! Tu himno se evapora

más allá de esos prados, del río por recodos,

por encima del monte, y queda adormecido

en los tristes calveros del valle que abandono.

¿Era sueño tu canto o visión de beodo?

La música ha volado

¿Sigo despierto? ¿Quizás estoy dormido?
















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